Después de probar la serradura el sistema nervioso se dispara, sudas de intensidad, parpadeas más que de costumbre, el corazón te late como un redoble de tambor, los ojos se circunvalan a sí mismos en su órbitas, los músculos se tensan; hay placer estallando hasta la punta de los dedos, por entre los poros hiperabiertos. El cuerpo se da a sí mismo las razones más increíbles para vivir, ay, con una sola cucharada. Oh, leche condensada, eres un filósofo francés, nos das el placer y nos inoculas la tortura.
Este postre tan sencillo, típico de la repostería portuguesa, lo descubrimos en un restaurante de Elvas (Portugal), ya desaparecido, llamado “A biquinha”, donde nos encantaba comer, regentado por un matrimonio mayor, ella en la cocina y él atendiendo las mesas y la barbacoa. Se trataba de un restaurante un poco alejado del centro, muy frecuentado por los portugueses, donde servían un arroz de marisco y una “açorda” de marisco espectaculares. Este dulce siempre finalizaba nuestras comidas y en la carta se presentaba como “delicia de la casa”.
1. Triturar las galletas bien manualmente (metemos las galletas en una bolsa de plástico y las golpeamos con un rodillo), bien con un robot de cocina (en Thermomix, velocidad progresiva 3-5-8 durante 20 segundos), hasta obtener un polvo fino. Reservamos.
2. Montamos la nata bien fría, sin que quede demasiado dura, con una batidora de varillas o con Thermomix, con mariposa, a velocidad 3,5 y sin tiempo, vigilando la textura.
3. Cuando la nata esté montada, añadimos poco a poco la leche condensada, mezclando con una espátula.
4. En una fuente o en moldes individuales alternamos capas de nata y galletas, finalizando con la galleta. Podemos también decorar con unas virutas de chocolate.
5. Enfriar y reservar en el frigorífico hasta su consumo.